Mitos y leyendas del Resguardo indígena de Males

Cuentan los mayores que hace mucho tiempo en lo que hoy es la parte oriental del Resguardo de Males existió un pueblo llamado Guamuez, allí vivía una comunidad indígena que estaba bajo el dominio del cacique y hechicero llamado Chispas. El pueblito estaba rodeado por grandes montañas de exuberante vegetación y quebradas de agua clara que resplandecían con el sol. Sus casas estaban hechas de bareque y tamo, en la zona casi central del pueblo estaba una pequeña plaza, en medio de ella había una pequeña, pero muy brillante pila echa completamente de oro por donde fluía abundante agua.

El festival fue realizado en la vereda los Arrayanes y organizado por los estudiantes de último grado del colegio con el fin de recaudar fondos para el paseo de despedida. Salomón llegó temprano a la entrada un poco inquieto de reojo miró su reloj, eran las cinco de la tarde. Entró en el amplio patio del colegio y los estudiantes se movían de un lado para otro atendiendo eficazmente a todos los visitantes. Había comida, aguardiente, globos, algodón de azúcar, juegos y música. Saludó a algunos estudiantes que conocía desde la infancia, unos segundos después entre la multitud distinguió a unos amigos muy cercanos, grandes amigos de toda la vida. Así que rápidamente se dirigió hacia ellos para saludarlos. 

Esa mañana Rosa de 17 años se despertó más temprano que de costumbre, a la hora que los pájaros cantan celebrando el nuevo amanecer, decidió levantarse y ayudar a su mamá con los quehaceres de la casa. Le ayudo con el desayuno, a barrer, a sacar el ganado del corral y alimentar las gallinas, después de los apuros de la mañana siguió con las actividades de su día a día. Después de almorzar, como a eso de las 2 de la tarde decidió salir a dar una vuelta y buscar a su perro sacarías que estaba perdido desde el día anterior, por lo cual, empezó a preocuparse. Sacarías era un pastor alemán que había estado en la familia por más de 10 años, ya era viejo y a veces le daba por quedarse dormido..

Pedro solarte caminó unos cuantos pasos con su mirada perdida en la bóveda celestial que lo vigilaba muy de cerca, tan de cerca que sentía que podía tocar las estrellas. La noche era tan fría que sentía como si cientos de cuchillos le atravesaran el cuerpo. Él recogió los hombros, abotonó su camisa hasta el último botón, acomodó su ruana y metió las manos entre los bolsillos de su chaqueta para cubrirse de la heladez y empezó a caminar.

Cuentan los que saben y saben los que dicen, que hace ya mucho tiempo, en los tiempos en que los caminos eran recorridos por caballos y mulas en vez de autos, en el que los cielos estaban llenos de aves y no de ruidos estrepitosos de aviones, en el que los bancos para mantener seguro nuestro dinero todavía no hacían su aparición por estas tierras; y la tradición de guardar el dinero debajo del colchón aun no existía, comienza esta leyenda.

Eran las 6 de la tarde, cuando don José recorría la finca de su padre llevando el ganado al corral que estaba cerca al patio de la casa. La finca era grande así que le faltaba camino por recorrer. En medio del camino tenía que pasar una casa que ya estaba en ruinas, y que mucho tiempo atrás había sido la casa de sus abuelos; Las ruinas de aquella casa eran conocidas como la casa blanqueada.

En los tiempos en los que la única forma de cocinar era con la leña que nos brinda la naturaleza, aquellos donde los fogones se alimentaban con el carbón que se hacía en las carboneras, las cuales se alzaban enormes e indomables en lo profundo de los montes, justo ahí comienza esta leyenda…

La lluvia había dejado de caer, así que don Felipe tomo rápidamente su sombrero que tenía sobre la mesa junto a unas cuantas cervezas que se acababa de tomar con dos de sus amigos. Pago su cuenta, se despidió y salió de la tienda a paso calmado, se acomodaba la ruana mientras camina tratando de cubrirse del frio. La tienda de la que acababa de salir era de uno de sus amigos de la infancia, era la única de la vereda así que contaba solo con las cosas necesarias; arroz, atún, leche, lentejas, azúcar, sal, etc. y el pan que casi siempre estaba seco porque el carro del panadero pasaba solo los fines de semana. Felipe había pasado por ahí después de salir de trabajar para pedirle un favor.

Esta leyenda es incluso más increíble que cualquier otra leyenda, lo que es mucho decir. Esto comienza así, me dice don Oliverio:
“Se cuenta desde hace mucho que el pecado de los hombres es la luz de los demonios, que se aprovechan de esta debilidad para hacer de las suyas en el mundo terrenal…

Si hay un compañero fiel y que nunca abandona a los habitantes del resguardo de males, es un buen aguardiente. Este es sacado por destilación y es tan fuerte que está a un paso de convertirse en verdadero alcohol. Sea por bien o sea por mal; en celebraciones de santos, en fiestas, festivales o en velorios siempre está presente sin importar la ocasión. El manjar de los cielos, el néctar de los dioses como algunos lo llaman tiene un gran protagonismo en esta leyenda.

En los campos productivos de la región central del resguardo indígena de males, cuentas los viejos que cuando ellos eran jóvenes, andaban de fiesta en fiesta tomando y bailando con sus amigos. En una de esas fiestas uno de sus amigos, llamado Justo, hombre de contextura corpulenta, pero de una amabilidad que solo algunos pueden expresar, se embriago más de lo normal quedándose dormido en la mesa donde tomaba. Sus amigos que siempre andaban con él y que eran sus compañeros de viaje hacia su casa decidieron no despertarlo y dejarlo dormido para que descansara, así que sin hacer mucho ruido se levantaron y con paso ligero salieron rumbo a sus casas.

Corrían los tiempos de luna menguante y los preparativos para la velada de San Bartolomé, en la vereda Güitungal, estaban casi listos. Se esperaba la llegada del Santo a las 11 de la mañana. Como a eso de las 10 a.m. Se escucharon a lo lejos los primeros cuetes que avisaban a la comunidad que el “santico”, como muchos le dicen de cariño, se acercaba para la velada. Todos los de la vereda se empezaron a preparar para salir a recibirlo. Pasados unos minutos los cohetes se escuchaban cada vez más fuerte.

El canto de las aves le dio el primer aviso de que la mañana se acercaba, se terminó de despertar cuando el gallo cantó. Mauricio se levantó, se puso los zapatos y se dirigió hasta el baño, en aquellos tiempos el baño estaba ubicado a unos metros de la casa; cuando salió miró que afuera caía una llovizna pero que no había viento por lo que no estaba tan frío como de costumbre, tenía muchas ganas de orinar por lo que trató de correr hasta el baño.

Cuando tenía alrededor de los 8 o 9 años de edad, vivía con mis seis hermanos, mis padres y mis abuelos, en una enorme casa que era un poco antigua pero bastante acogedora. Mis abuelos la construyeron en su juventud con elementos propios de la época, tales como: tejas, pilares de eucalipto y la tapia… un tipo de muro hecho con barro fuertemente pisado y revuelto con paja…. La casa era bastante amplia y estaba rodeada de todo tipo de plantas medicinales: había manzanilla, romero, ajenjo y otras que son utilizadas para hacer medicina ancestral.

Hace ya algunos años cuando yo era joven vivía con toda mi familia en una casa que esta por allá abajo llegando al rio Guáitara, mi familia tenía una tiendita, donde lo que más se vendía era el chapil que nosotros traíamos de por allá de San Juan. La pieza donde se atendía a los clientes era la más grande de la casa, en una esquina había un estante hecho de madera donde se sentaba mi hermana que era quien casi siempre se encargaba de la tienda, en otra esquina estaba una vieja vitrina donde se colocaban algunas golosinas.

Con el canto de las aves se despertaron, los hermosos y delicados cantos se mezclaban con la luz de los primeros rayos de sol, las hojas de los árboles de eucalipto chocaban entre sí y sus ramas se mecían de un lado a otro empujados por el viento gélido típico del Sur. Dentro de la casa doña María se paseaba por entre los cuartos de sus dos hijos tratando de despertarlos, de uno de los cuartos ubicado hasta el fondo de la casa se pudo oír como el mayor de los hermanos se estaba alistando para ir al campo a laborar la tierra, a pesar de su corta edad ya sabía realizar todas las labores del campo.

Hace ya muchos años, una pareja de jóvenes campesinos que vivían muy adentro en las montañas, cultivaban la tierra junto a los padres de ella, con tan mala fortuna que sus padres murieron, al ver que solo quedaban los dos y que la vida en las montañas no era nada fácil decidieron probar suerte en el pueblo. Su casa era la más apartada de todas, a unos cuantos metros se asomaban el inmenso bosque, dejaron vendiendo los animales que tenían, cogieron lo poco que tenían y unos ahorros que habían estado guardando por años y tomaron el camino hacia el pueblo.

Créditos de la sección mitos y leyendas del Resguardo Indígena de Males

Elaboración del sitio web

Luis Fernando Bastidas Ramírez 

Información tomada del libro MITOS Y LEYENDAS DE MALES escrito por Alex Fernando Pinchao Leyton