LA VIUDA

El festival fue realizado en la vereda los Arrayanes y organizado por los estudiantes de último grado del colegio con el fin de recaudar fondos para el paseo de despedida. Salomón llegó temprano a la entrada un poco inquieto de reojo miró su reloj, eran las cinco de la tarde. Entró en el amplio patio del colegio y los estudiantes se movían de un lado para otro atendiendo eficazmente a todos los visitantes. Había comida, aguardiente, globos, algodón de azúcar, juegos y música. Saludó a algunos estudiantes que conocía desde la infancia, unos segundos después entre la multitud distinguió a unos amigos muy cercanos, grandes amigos de toda la vida. Así que rápidamente se dirigió hacia ellos para saludarlos.
Después de gastar un poco de dinero en comida y cervezas, compartir con sus amigos las historias de su diario vivir, discutir sobre política y lo difícil que es ganar dinero con sus cultivos, Salomón se acabó su última cerveza y miró su reloj, se esforzó para ver la hora, pues, la luz de las bombillas era tenue y lúgubre, y su reloj clásico no tenía luz. Pasadas las 12 de la noche sintió que ya era hora de retirarse. Primero se despidió de sus amigos y de algunos que apenas acababa de ver. Después, fijó su vista en la salida que estaba adornada con listones rojos, verdes y morados. Salió sin prisa, caminando firme y sagas.

Sin embargo, en la puerta se detuvo para abotonarse la chaqueta y menguar el frío de la noche. Se echó uno de los lados de la ruana al hombro y retomó su rumbo. Al doblar la esquina para tomar la calle principal, la misma que se veía iluminada por las luces de las bombillas de 100w del alumbrado público, observó personas bajando y subiendo, algunos hablando, otros gritando y trastrabillando de un lado a otro sin tener conciencia de sus actos, gracias a esa gran habilidad que tiene el aguardiente de borrar de la mente todo sentido de razón y compostura, Salomón los miraba y se recordaba a si mismo unos años más joven.
Las luces del alumbrado junto con la calle habían llegado a su fin. En adelante, el camino sería oscuro y pedregoso. Lo cual le hizo pensar en los peligros propios de esos caminos. Sin embargo, él lo había recorrido muchas veces de día y de noche; Conocía bastante bien ese trayecto. Podría decirse que el camino y él eran dos viejos amigos. Así que Salomón sabía que pronto estaría en casa. Su casa y otras tres más están a lado y lado de la carretera Córdoba – San Juan. Una carretera angosta, siempre polvorienta y por supuesto muy necesaria, aunque, por desgracia tenía el mismo destino de muchas carreteras del país. ¡sí! era de esas carreteras que nunca han tenido arreglo alguno por parte del gobernante de turno.
La casa de Salomón deslinda por la parte de atrás con la finca de un fraile jesuita. Un hombre que tal vez por gusto o quizá casualidad del destino, llegó a formar parte de la comunidad y construyó una casa de extraño diseño para esta tierra: adornada con hermosas y extrañas flores, amplios patios, una entrada empedrada y dos palmeras en el frente. Palmeras que ahora están marchitas pero que, en los tiempos en que el fraile vivía, evocaban un sentido de tranquilidad y sosiego para la vista y para el alma.
Después de pensar en su casa y recorrer unos veinte metros de la parte plana, se acercó a una curva cerrada donde el camino se volvía cuesta abajo. Al doblar la curva se encontró de frente con la luna: enorme y grisácea en el cielo, cual fiel compañera y que le iluminaba esa noche. Fue entonces cuando recordó la historia que le contaba su padre sobre las ánimas de los muertos. “Las ánimas del purgatoria suelen salir en las noches de luna llena”, esa frase retumbó una y otra vez en su mente mientras caminaba. Su mente fantaseaba y se zambullía en los recuerdos. Salomón sólo trataba de convencerse a sí mismo que esas solo eran historias que lo asustaron cuando niño…
De repente, un extraño ruido lo hizo salir de ese trance momentáneo. Creyó escuchar el aullar de un perro. Dio tres pasos más y un segundo aullido corroboró su sospecha. Aunque no le pareció extraño, pues los perros suelen aullar muy a menudo. Sin embargo, el repentino aullar de un perro se convirtió en una fiesta de aullidos: primero fue el más pequeño con su aullar agudo, después siguió el chillón, luego, hasta el más grande con un chillido más fuerte y grave formaban parte de la orquesta. Esto intranquilizó a Salomón, quien por un momento pensó en aligerar el paso pensando que podrían ser aquellos sujetos que caminan por la noche, esos que buscan a algún desafortunado para quietarle todo lo que lleva, los mismos que sacan de los corrales a los animales sin hacer ruido alguno.
Mientras caminaba, sus ojos se quedaron fijos en unos árboles de eucalipto ubicados al otro lado de un riachuelo. Entre aquellos árboles, Salomón creyó ver que se desdibujaba una figura iluminada por la luz de la luna. Una sombra de forma delicada y esbelta, así que imaginó de inmediato que sería una mujer, lo cual lo llenó de curiosidad. ¿Quién podría ser a esta hora? ¿Qué mujer se aventuraría a andar a tan altas horas de la noche?, eran algunas de las preguntas que se hacía. Sin darse cuenta, tenía sus manos apretadas y sudorosas, su corazón palpitaba rápidamente, estaba lleno de sudor y el viento helado de la noche lo hizo temblar.
De un momento a otro, se sintió atrapado con la mirada fija en la silueta que no lograba distinguir, parecía la de una monja con su hábito o simplemente una mujer con un vestido largo. La sombra que aparecía y desaparecía de entre los árboles empezó a caminar por un sendero que conducía hacia donde él estaba. De repente, Salomón miró como la figura se  elevaba del suelo como si la gravedad no existiera y con sus manos estiradas se dirigió hacia él. Un sudor frío recorrió su cuerpo, sintió como si su sangre se congelara, su cuerpo se paralizó por completo, los perros de las casas cercanas aullaron con más fuerza sintiendo, tal vez, la presencia de ese ser de otro mundo.
Gracias a esos aullidos Salomón reaccionó y trato de llenarse de valor, aunque con sus ojos desorbitados y sus sentidos un poco aturdidos por el miedo, él se echó a correr con todas sus fuerzas, aquellas que aparecen cuando quieres sobrevivir. A pasar de sus esfuerzos sobrehumanos por alejarse de la infernal figura, cada vez que regresaba a mirar a la mujer, ella estaba más y más cerca.
Con su garganta seca que le amargaba la boca y que le impedía respirar, se sentía aterrorizado y trataba de pedir ayuda. Sin embargo, las palabras se perdían en la oscuridad. Cada vez estaba más perdido en su angustia y todo empeoraba cuando escuchaba la horripilante respiración de ese ser sobre su hombro. Sentía que con cada respiración le arrancaba pedazos de su alma. De un momento a otro, y como si fuese ayuda venida del mismísimo Dios, miró a lo lejos brillar la luz de una de sus casas vecinas que le devolvió la esperanza y la fuerza para continuar su maratónica carrera.
Al acercarse a la casa, sin más fuerzas que las que su voluntad le daban, sintió como todo se silenciaba… al regresar su mirada al camino que había recorrido con desesperación, miró cómo el espectro de admirable hermosura, que usaba un vestido corto y de color de blanco, se desvanecía en el aire dejándolo perplejo y enmudecido por lo que acababa de ver.
Cuando llegó a casa, y mientras abría la perilla de la puerta, pensaba en si contar o no lo acontecido a sus familiares y amigos. Tras abrir la puerta y recostarse en su cama, recordó una de las historias que su padre le mencionaba sobre una mujer, una muy hermosa que se les aparecía a los borrachos por los caminos para seducirlos. Al momento de tenerlos cerca, la hermosa mujer se transformaba en una criatura infernal de horribles facciones, la misma que mataba a aquellos que se la encontraban cara a cara. A esta mujer los habitantes de la comunidad la conocían como “la viuda” …
Fin.