LOS DUENDES DANZANTES

Si hay un compañero fiel y que nunca abandona a los habitantes del resguardo de males, es un buen aguardiente. Este es sacado por destilación y es tan fuerte que está a un paso de convertirse en verdadero alcohol. Sea por bien o sea por mal; en celebraciones de santos, en fiestas, festivales o en velorios siempre está presente sin importar la ocasión. El manjar de los cielos, el néctar de los dioses como algunos lo llaman tiene un gran protagonismo en esta leyenda.
Hace muchos años cuando no existían carreteras y los habitantes de los campos se transportaban en mulas y caballos, cuando los pueblos apenas se estaban formando, en la vereda Santa Brigrida don Rafael Perenguez era un conocido sacador de aguardiente de la región, el método utilizado en esos tiempos para hacer el aguardiente consistía en hervir en unas ollas gigantes una mezcla de agua, panela y anís conocida como guarapo. Una vez la panela estaba completamente desasida esta mezcla se depositaba en otras ollas que estaban metidas en huecos cavados en la tierra, cuando estaban llenas, estas ollas eran selladas y el guarapo se dejaba madurar por al menos 15 días. Pasados los 15 días este guarapo se sacaba de las ollas de barro y se llevaba a unas ollas más pequeñas que estaban completamente selladas y solo poseían un pequeño agujero por donde salía un bejuco de carrizo cuyo otro extremo llegaba a unas botellas donde se depositaba el trago. La olla pequeña se ponía sobre un fogón y se esperaba hasta que el vapor empezara a salir por la caña y llenara las botellas con el aguardiente.
Como sigue siendo hasta ahora sacar trago de manera artesanal era prohibido y tenía pena de cárcel. Por lo tanto, don Rafael tenía las ollas bien escondidas en la oscuridad de una chorrera. En esos tiempos existían unos sujetos llamados guardas que tenían la autoridad de registrar todas las casas y de llevarse a los que fueran encontrados produciendo o vendiendo este aguardiente.
Contaba don Rafael que cuando iba a sacar trago en las noches, unos metros más adentro de la chorrera se escuchaban unos ruidos como de personas hablando, de hombres escuchando chistes, de personas divirtiéndose. Don Rafael que sabía que eso no podía ser real se encomendaba a Dios y vaciaba todo el hanche del trago en el fondo de la chorrera ya que se sabía que el trago alejaba a los malos espíritus, y como decían todos los de la comunidad cuando es un espíritu burlón se trata de los duendes que suelen vivir en quebradas y chorreras. Después de algunos años doña Isabel que vivía cerca de la quebrada, contaba que todas las noches en la chorrera se escuchaba que personas charlaban, tocaban panderetas, flautas y tambores como si estuvieran en una gran celebración, lo más gracioso era que después de que don Rafael les echara trago, los duendes imitaban el comportamiento de los borrachos: bailaban, gritaban, chocaban las copas, rompían botellas y en ocasiones se escuchaba que se peleaban.
En una de las ocasiones en que doña Isabel buscaba leña para cocinar, se le hizo un poco tarde, era como eso de las 6 cuando el día se despide y da paso a la misteriosa noche. Escuchó los ruidos y sintió tanto miedo que salió corriendo de inmediato y sintió un frio como si se le congelaran los huesos. Después de eso doña Isabel no fue la misma, siempre salía en las tardes en dirección a la chorrera y cuando se la encontraba, ella estaba en la mitad, rodeada de agua y permanecía inmóvil viendo su reflejo.
Sus hijos que ya sabían esto, eran personas humildes y tenían que trabajar para mantener a sus familias así que se turnaban para cuidarla siempre estaban pendiente de ella y nunca la dejaban salir en las tardes porque tenían miedo de que algo malo le pudiera pasar. Pero en una de esas ocasiones en que todo sale mal, los duendes que son seres muy astutos hicieron su jugada y la sacaron de su casa mucho antes de lo de siempre y decidieron cambiar de lugar, esta vez ya no la llevaron a la quebrada pequeña cerca de su casa sino a la quebrada que se conoce como quebrada grande que pasa muchos más arriba de donde ella vivía.
Cuando sus hijos llegaron ya no la encontraron, la buscaron por todos los alrededores, pero la búsqueda no rendía frutos, así fue durante varios días. Un señor que paseaba por la quebrada grande a lo lejos diviso lo que parecía un trapo viejo que estaba enredado entre una ramas al filo de un desfiladero, así que por curiosidad decidió acercarse un poco más, cuando estaba cerca se dio cuenta que era una chalina, y como en el campo todos se conocen, se percató que era la chalina de doña Isabel así que decidió sacar la cabeza por el desfiladero, agarrándose fuertemente de unas ramas para no caer. Cuando por fin pudo ver, su mirada encontró el cuerpo de doña Isabel flotando en el agua. Rápidamente fue a avisar a la familia para que viniera a sacar el cuerpo, su hijo mayor que era el más apresurado se metió en el agua y saco a su mama sin pensar en las consecuencias, cuando su madre fue enterrada, el hijo mayor empezó a tener comportamientos extraños, tenía los mismos síntomas de su madre, también él se había enduendado. 

La familia no iba a permitir que este ser maligno se llevara a otro miembro así que llevaran a un médico de la época, un chamán, para que lo curara, pero el duende era tan fuerte que, en la primera sesión cuando el chamán apenas comenzaba el rito, empezó a gritar, saltar, tirarse al suelo y retorcerse como si la agonía de la muerte lo poseyera, mientras que el hijo mayor lo acompañaba en este baile de demencias. Tuvieron que buscar otro chaman para que lo curara, pero antes de entrar a la habitación donde estaba el hijo mayor lo bañaron en trago y le echaron humo de cigarro para que el duende no pudiera acercarse, solo así el chamán pudo entrar y curar al hijo mayor de doña Isabel.
El día en que doña Isabel desapareció, todos fueron testigos de manera indirecta de la felicidad de los duendes por cumplir su cometido. Esa noche por toda la quebrada grande, los que Vivian cerca escucharon un viento diabólico que bajaba siguiendo la quebrada, se oyeron carcajadas horribles, y una estrepitosa risa de satisfacción.
Fin.
Chorrera: pequeña caída de agua, escondida entre matorrales.

Hanche: residuo que queda en el fondo de un recipiente después de determinado proceso.  

Chalina: prenda de vestir parecida a una bufanda, pero de mayor tamaño.

Quebrada: rio pequeño.